Wednesday, November 9, 2016

Elecciones sin empatía y con sesgos de confirmación

Si el triunfo del Brexit, o el plebiscito de Colombia no fue suficiente para mostrar que los procesos electorales pueden ser desagradablemente sorpresivos, el sabor amargo de la victoria de Trump llegó como otro balde de agua fría. Es claro que estamos en un mundo que no comprendemos, pero el verdadero problema no es ese, el problema es que estamos en un mundo que no queremos comprender.

El 2016 nos ha dejado claro que aún nos falta como humanidad. Mientras en Inglaterra una plataforma anti migración y xenofóbica inspira el retiro de la Unión Europea vía referendum, en Estados Unidos un misógino y racista es electo Presidente. Ambas decisiones evidencian que una gran mayoría de las personas carece de la capacidad básica de ponerse en los pies del otro, pero de esta carencia no nos salvamos quienes hubiéramos votado diferente.

La falta de empatía, junto con la necesidad de deslegitimar ad portas todas aquellas opiniones con las que no coincidimos, se han vuelto las constantes en un mundo donde lejos de usar la tecnología para acercarnos, la usamos para aislarnos. El bombardeo de información y la amplia oferta noticiosa nos ha hecho recurrir al sesgo de confirmación, y no a la búsqueda de veracidad.

Pese a tener más acceso que nunca a la opinión directa de las personas y a los diferentes enfoques noticiosos. No nos sentamos a leer los artículos de quienes nos adversan. El simple ejercicio empático de escuchar y analizar un argumento se ha dejado de lado. Aún hoy, un día después de la elección, la vasta mayoría de mis contactos llaman ‘‘racistas’’ y ‘‘estúpidos’’ a quienes votaron por Trump sin sentarse tan siquiera una vez a ver qué tenían que decir estas personas.

La mayoría de nosotros nos encerramos en nuestros círculos de Facebook, le damos ‘‘unfollow’’ a todo contacto que opine algo que nos incomode, leemos sólo los periódicos que nos gustan, evitamos ‘‘dañarnos el hígado’’ pero nos sorprendemos cuando la realidad se muestra diferente. Buscamos la noticia en internet que tiene el enfoque que queremos, el artículo que dice eso que nos hace sentir a gusto (muchas veces sin fijarnos en la seriedad del medio o la calidad de la investigación), para encontrar nuestra validación y regocijarnos “sabiéndonos” informados. Algunas veces hasta nos atrevemos a darle ‘‘share’’ para que los que piensan como yo me feliciten.

Así disfrutamos de nuestra vida en nuestra pequeña burbuja, donde somos los dueños del saber y todos tenemos claro cómo son y cómo deberían de ser las cosas, donde las opiniones de mis contactos sólo confirman que yo tengo razón… hasta que llegan las elecciones y nos damos de bruces con la realidad.

Anteriormente dije que más que este Presidente, me dan miedo sus votantes. Lo mantengo, pero agrego que en gran medida este miedo es porque quienes nos oponemos, nos conformamos con rechazarlos, ignorarlos, actuar como si no existieran y reducir el debate a llamar con epítetos despectivos (racistas, estúpidos, etc…) a esta masa amorfa de gente que no conocemos. No nos interesa más que insultarlos para correr a nuestras redes sociales donde todo es tranquilo, homogéneo y piensa como yo.

 No digo que tengamos que aceptar lo que no creemos y jamás pediría que no llamemos a las cosas por su nombre, pero si a que salgamos de nuestra zona de confort, a que tratemos de comprender y dialogar con quienes piensan diferente a nosotros. Sólo así podremos evitar estas desagradables sorpresas, sólo así podremos comprender el mundo, y en consecuencia, cambiarlo.

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