El debate constante sobre lo que está bien y lo que está mal ha perturbado
a la humanidad durante miles de años, sin llegar a una resolución clara. Desde Aristóteles,
hasta los más letrados académicos del mundo moderno la pregunta sobre qué está
bien y qué está mal ha estado presente sin llegar nunca a una respuesta
consensuada y clara. Pero más allá, sin ir tan lejos, uno mismo con los
vecinos, familiares y amigos suele tener criterios encontrados sobre lo que
considera ‘‘bueno’’ o’’ malo’’.
Una de las maneras más claras en que un grupo de personas logran definir
criterios para determinar qué está bien o qué está mal es a través de la
religión. No es raro escuchar hablar así de la ‘‘moral cristiana’’ o la ‘‘moral
judía’’ o ‘‘islámica’’. Y esto está muy bien para asegurar una convivencia
armónica entre diferentes individuos.
El problema en usar la religión para definir el bien y el mal radica en que
las sociedades modernas son muy diversas. En la actualidad, son muy pocos los
países en los cuales sus ciudadanos profesan un solo credo, y no es extraño que
la ‘‘moral cristiana’’ entre en conflicto con la ‘‘moral hebrea’’, la ‘‘moral islámica’’ o
incluso con la ‘‘moral atea’’ (si es que se puede definir una).
Ante esto las naciones sufren constantes controversias a lo interno que
dividen a sus habitantes. Temas como la fertilización in vitro, el aborto, las
uniones de personas del mismo sexo suelen reprobarse o aprobarse porque están ‘‘bien
o mal’’, causando enfrentamientos de los diferentes grupos sociales de una
nación. Los problemas no se solucionan, pero los encontronazos se dan.
Propongo así una forma de evitar estás polémicas: no dejar que el Estado
defina el bien y el mal. Al fin y al cabo la labor de este es garantizar la
mejor convivencia de sus ciudadanos, no definir el bien y el mal.
¿De qué nos sirve que un gobierno promulgue una ley que prohíba acciones
que no afecten la convivencia social? Si un accionar no afecta a terceros ¿Para
qué impedirlo?
No quiero decir con esto que nos olvidemos de accionar con respecto a lo
que creemos correcto, simplemente no siento que nuestros valores han de estar
por encima de los de los demás ni tampoco siento que el estado ha de ser
cómplice de esta imposición.
Inclusive, me atrevería a ir más allá y decir que el Estado no ha de
prohibir acciones que sean perjudiciales a nivel social, sin tomar en cuenta
los costos de dicha prohibición. La ley no asegurará por estar escrita en un
papel, que las personas la van a cumplir y si no es posible hacer cumplir lo
ideal, quizás sea mejor enfocarse en
alcanzar lo posible.
En fin, el Estado debería de asegurar la mejor convivencia a lo interno de
sus habitantes, y estos últimos son los que en su actuar del día a día deciden
qué está bien y que está mal para ellos. No se trata de repudiar la religión,
se trata de definir cuales acciones recaen en cual órgano. El Estado no es
Dios, ni es el dueño de la razón ni de la moral. Por esto mismo, no debe actuar
como tal.
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