Soy ateo, lo digo en crudo para evitar mal entendidos. Dejando las cosas
claras, hablemos de religión.
Pocos temas desatan más pasiones que los espirituales. Esto es comprensible
ya que en nuestro país la religión oficial y la mayoritaria es el catolicismo.
Además, tenemos una Conferencia
Episcopal con fuerte influencia en la
esfera política. Por esto mismo, la minoría no-creyente usualmente desaprobamos
que las doctrinas de la Iglesia Católica se utilicen como excusa para tomar
decisiones políticas. Hay -por así decirlo- una rivalidad natural entre estos
sectores, una adversidad propia de la política como otras que podamos encontrar
(izquierda-derecha, liberalismo-conservadurismo, por ejemplo).
Si bien es cierto, estas discrepancias resultan saludables, no se puede
decir lo mismo de la reacción irrespetuosa que suele nacer en semanas como esta
(en que se reúne el cónclave para elegir al sumo pontífice). Los constantes insultos en redes sociales y la
publicación de imágenes con información descontextualizada o falsa, no aportan
de ninguna manera a un debate constructivo, ni ayudan a quienes nos oponemos al
estado confesional. Tal parece ser que el cónclave, más que una celebración
católica, resulta una oportunidad única para los ateos de arremeter contra la
Iglesia Católica y cada uno de sus miembros, sin sentarse a reflexionar y
distinguir entre el catolicismo como institución, como pueblo y como visión
espiritual.
Desde la renuncia de Joseph Ratzinger al pontificado, los agravios y
ataques al Vaticano (representación de todos los miembros de una religión como
nación) y al catolicismo en general han abundado en redes sociales y demás
espacios de expresión, haciendo así de este cónclave más una especie de
celebración para el irrespeto de ateos que una elección del colegio de
cardenales para con el pueblo católico.
Comparto el descontento con las posturas homofóbicas de Bergoglio, pero
también me parece iluso haber esperado que los cardenales eligiera a un progresista
para tomar la silla de San Pedro. Si bien tengo mis fuertes encontronazos al
conservadurismo que lidera la Iglesia Católica, no me parece que sea lo más sano
aprovechar el cónclave para arremeter contra toda la institución que representa
el Papa, ignorando que muchos de los miembros son opuestos a los criterios ‘’oficiales’’
de la misma. Tampoco creo sano prejuzgar la labor de Bergoglio desde una óptica
externa.
No pretendo que guardemos silencio ante los atropellos de la Iglesia
Católica, pero la generalización y el insulto son formas de discriminación que
se han interiorizado dentro del debate religioso, tanto para un lado como para
el otro, y desgraciadamente, en los
últimos días, somos los no creyentes quienes hemos mostrado la peor cara. Decir
que todos los católicos son iguales, en nada se diferencia a decir lo mismo
para judíos, chinos, negros, ateos, nicas, ticos, etc.
Así pues, critiquemos la Iglesia Católica, sigamos intentando sacarla de
nuestros cuerpos y nuestras aulas, condenemos a los sacerdotes pederastas y los
conventos de magdalenas, luchemos por una Costa Rica seglar y un mundo donde se
respeten las libertades individuales, los derechos humanos, sexuales y
reproductivos. Pero no caigamos en la trampa del odio y la discriminación. Sepamos
distinguir entre el catolicismo como institución, como pueblo y como visión religiosa (tres cosas diferentes
a mi parecer). No nos apropiemos del
cónclave. Es cierto, sus consecuencias nos afectan, pero al fin y al cabo la
decisión de quien sea el sumo pontífice la deben tomar católicos, no ateos.
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