El pasado 6 de octubre, Gerardo Cruz denunció en redes a un hombre que
presuntamente grababa bajo la falda de una joven. Un día después Gerardo fue apuñalado
y, ultimadamente, murió como resultado del ataque. En medio de la discusión que
generó el incidente, varias mujeres compartieron sus historias de acoso
callejero, este artículo fue escrito en base a esos testimonios.
Valeria era tan sólo una niña cuando
fue abusada sexualmente por un familiar político. Cómo si ocupara un
recordatorio de esto, cada día cuando camina por San José, miradas,
improperios, o hasta intentos de tocarla la llevan de vuelta a este episodio de
su vida. Valeria es sólo una de las
muchísimas mujeres que día a día se enfrenta al acoso callejero en nuestro
país. Una realidad que sistemáticamente hemos decidido ignorar como sociedad y
aunque hace menos de un año todos nos impactamos con el caso de Gerardo Cruz,
poco se concretó a la hora de la verdad.
Las
historias vienen en todos los colores pero tienen varios patrones comunes: la
violencia, la apropiación forzosa del cuerpo y del espacio personal, el
irrespeto... A veces son miradas lujuriosas, a veces son palabras inapropiadas,
a veces es peor.
No sólo
Valeria carga con historias a sus espaldas. A Marcela un desconocido se detuvo
para enseñarle el pene en el portón de su casa cuando tenía menos de diez años.
Un amigo de la familia de María la hizo tocarlo cuando ella tenía tan sólo 10 años. Si bien
estas historias no suceden en espacios públicos, María las recordó cuando un
hombre mayor intentó tocarla diciéndole ‘‘rica’’ en las gradas de un Más por
menos y Marcela cuando en vez de asaltarla la obligaron a dar un beso o cuando
la tocaron en el bus.
Las edades
tampoco protegen. Desde pequeñas las mujeres costarricenses deben saber qué
es el acoso, ya sea porque lo ven cuando le ocurre a sus madres (cómo a Mariana
o a Xime) o porque lo viven en carne propia, aun siendo muy niñas, como le
sucedió a Lina. También lo sufren muy adultas, como a la mamá de Mónica, que le
tocó la nalga un tipo que podría tener la edad de su hijo.
En los buses le han susurran improperios al oído a Isabel y a
Mónica. A Catalina le preguntaron ‘‘¿Cuánto cuesta usted?’’ y se le han
masturbado en frente. Lo cual no es tan poco común. A Irene, Natalia y a Isabel
también les ha pasado. En fin, la lista puede continuar pero el problema es más
profundo.
El problema
es que, aún hoy, muchos ven a las mujeres como objetos sexuales, no como
personas. Cómo cuando los intereses profesionales de Mariana chocaron con que
sólo querían tener sexo con ella, cuando a Mónica le atribuyen sus logros
profesionales a ‘‘ser mujer’’ o cuando simplemente se burlan tras el ultraje.
Lo cierto es que, para muchas, caminar por San José, es un suplicio. Rebeca dejó de ir a hacer
deporte en La Sabana porque un hombre la filmaba. Natalia no pudo trabajar un
día por el acoso que recibió y Laura corrió donde un guarda y pidió que la recogieran porque un carro la perseguía. Siempre se debe pensar en la vestimenta (aunque,
probablemente igual alguien grite un improperio), en si gastar dos mil colones
por un taxi para no aguantar lo que pueda pasar en el bus, en por donde irse, como seguir el día. Siempre está en la mente el sentimiento de inseguridad.
Si bien Cristina pudo narrar su historia y tras un tedioso proceso
su caso no quedó impune. Las autoridades estiman que las denuncias son increíblemente bajas en comparación con la cantidad real de casos. Según el Segundo Estado de Derechos delas mujeres en Costa Rica, al menos el 79,1% de mujeres ha sufrido algún tipo
de hostigamiento en espacios públicos.
Pero quizás
lo más grave de todo esto, más allá de que ocurra todos los días y a todas
horas, es que lo vemos como algo normal. A Lina su propia madre le dijo que no
debía vestir así y por dos años de colegio utilizó un pantalón dos tallas más grande,
a Natalia sus propios familiares le han dicho que exagera. A Melissa le dijeron un discurso recurrente: ‘‘es
culpa suya por vestirse así’’. Siempre se minimiza el acoso, llegando a un
punto en que hasta las propias víctimas lo normalizan.
Cómo dijo
mi amiga Silvia ‘‘No es posible que sentir miedo por andar en vestido, o tener
que caminar rápido para ‘‘escapar’’ de una fila de hombres en el borde de una
acera gritando cosas, o que incluso haya que cerrar la ventana del carro porque
el conductor de al lado comienza a tirar besos al aire, y otros gestos que
rayan en lo obsceno, sea la normalidad a la que una mujer, en pleno siglo XXI
se tenga que afrontar’’.
*La identidad de la mayoría de las personas que dieron su testimonio
está protegida, los nombres no corresponden a los nombres verdaderos.
TESTIMONIOS
Silvia Valeria Marcela
Isabel Cristina Laura
María Natalia Irene
Mariana Rebeca Melissa
Maria José (Xime) Lina Mónica
Catalina
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