El natalicio de Jesucristo es la
fiesta cristiana más importante y alegre. Alrededor de todo el mundo, las familias cristianas se
reúnencada 25 de diciembre (o 7 de enero en el caso de los
cristianos ortodoxos) a conmemorar esta fecha y disfrutar en un ambiente de paz
y armonía, sin embargo, existen -más aún en
estos tiempos- familias donde algún miembro reniega su fe cristiana. Se
declaran ateos, agnósticos, o se han convertido a alguna otra religión.
Tal es mi caso, desde hace algunos años, puse
a un lado mi fe católica y preferí llamarme ‘‘no creyente’’, sin embargo, sigo
celebrando navidad. ¿Es esto una contradicción? Estoy seguro que en un mundo
donde existen más jueces que acusados habrá quien se sienta en potestad de llamarme hipócrita y juzgarme, pero a mí me
gustaría hilar un poco más en la idea de Navidad.
Si bien es cierto, la Navidad es una
celebración religiosa, con un profundo contenido espiritual y sacro, también es
un fenómeno social. En países como el que yo crecí, donde hay más de un 80% o
90% de la población que sigue algún tipo de cristianismo, diciembre moldea la
cultura y la sociedad, determina patrones de consumo y comportamiento y afecta
la toma de decisiones de los individuos. Más importante aún, determina la
psique social y, por lo tanto, individual de las personas.
Aún sin ser creyente, no puedo
escaparme de este contexto, pero más importante aún, no veo porque hacerlo. Diciembre
huele a tamales, a cena familiar en la casa de mi abuela compartiendo regalos
con mis primitas, haciendo llamadas o mandando mensajes a mis amigos para
desearles una feliz navidad y recordarles que aquí estoy para ellos y que quiero
que tengan un bonito momento con sus seres queridos.
Navidad para mí (incluso después de haber hecho la primera comunión, cuando yo era un niño relativamente religioso) nunca se
limitó a su celebración religiosa. Siempre ha significado algo más, Momentos para compartir con mi barrio en las
posadas, para cenar con mi familia y comprarles regalos a mis padres y a mi
hermano.
Navidad para mí significa armonía, paz, felicidad y pasar un tiempo de
calidad con mis seres queridos y no veo por qué el hecho de que yo ya no crea
en Cristo, significa que ya no puedo tomar esta fecha como un recordatorio de
estas cosas.
Podrá haber quienes dicen que nunca
va a tener el mismo significado para mí que para un creyente, o incluso quienes
dicen que no disfruto del ‘’verdadero significado’’ de la Navidad, pero ninguna
de estas dos aseveraciones implican que mi navidad carezca absolutamente de
significado. Yo lo veo como un tiempo para buscar paz interna y
compartir con mis seres queridos y tomo la fecha porque es con la que
culturalmente me siento identificado. No me incumbe si ese sea o no sea el
‘‘verdadero significado’’ y tampoco creo que sea potestad de un tercero
definir esto.
También está, por otro lado, quienes
podrán decir que si reniego mi fe cristiana debería rechazar en conjunto todo
lo que ella representa, pero tampoco creo que sea el caso. Yo fui criado con valores
cristianos que si bien me cuestioné (algunos los habré rechazado y otros
aceptado) forman parte de mí, y forma parte de una sociedad que me formó y que
no puedo negar. Además el hecho de que yo no comparta una idea o una fe, no
significa que deba automáticamente rechazar todo lo que esta fe o idea
representa. Ni siquiera tengo porque pensar que esta fe es dañina, simplemente
no la comparto y a eso se limita mi definición como ‘‘no creyente’’.
En fin, Navidad para mí es un
momento de buscar paz y reconciliación, de compartir y darse una oportunidad de
regocijo. Así lo veo y creo que así lo seguiré viendo indiferentemente de si
cambió o no mi visión espiritual. ¡Feliz Navidad!