Desde hace algunos meses tuve la oportunidad de venir a China a estudiar mandarín con una beca gubernamental. He tomado notas de lo que ha pasado en estos meses, y decidí publicar algunas de ellas por esta vía. Esta es la primera. :).
En
los aeropuertos nunca es de mañana, ni de tarde, ni de noche. Las horas
simplemente pasan y los aviones salen y vuelven. Son lugares llenos de
despedidas, bienvenidas e historias que se cuelan entre el papeleo y los
chequeos de seguridad. Así es en América y en Asia desde inicios de los 2000.
Uno tiene que dejar las emociones de lado y poner cara de piedra para pasar por
el exhaustivo viacrucis que es salir del país.
Tratando
de que el hogar quepa en una maleta me aventuré por treinta horas de recovecos
y aerolíneas para cruzar el pacífico y llegar a Dalian, un pequeño puerto (pero gran ciudad) en la
provincia de Liaoning al norte de China, junto a la Península de Corea. Primero
tuve que llegar a Houston y esperar 7 horas - más que suficiente para tomarme
una IPA y ver al equipo de San Francisco ganarle a los Texans en pretemporada- montarme en un avión y caer redondo en el
sueño porque el cansancio le ganó la partida a la comodidad. Unas horas después
pero sintiéndome significativamente más avejentado y tras un vuelo que no
quería salir de Beijing, Salí de las estaciones de viaje y un letrero
proyectado con una aplicación para tablet decía mi nombre. Hasta entonces nunca
le había encontrado utilidad a esas aplicaciones.
El
conductor no sabía mucho inglés, pero le tenía que pagar 60 yuanes al llegar a
Huanghe Road 850, dirección de la Universidad Normal de Liaoning. Podía leer el
Huanghe en las calles y eso me tranquilizaba.
En la recepción de las residencias internacionales no se habla inglés ni
español… en ningún lugar de China se habla mucho inglés o español, sólo tal vez
en Shanghai.
Quizás
algún dios perdonó el hecho de que no creo en él y me puso en el camino un
escuálido chino que se hacía llamar Sam
y hablaba inglés. Gracias a su manejo del mandarín y el inglés pude
satisfacer la primera de mis necesidades, comida. Luego dí unas vueltas guiadas
por la zona y volví a mi cuarto, donde no había entrado para no despertar a mi
compañero de cuarto. Decidí que las 3 de la tarde ya no era hora para que
estuviera durmiendo y empecé a asentarme, nos presentamos, un tal Steven de
Siberia también bajándose del avión, no habla muy bien inglés, pero de alguna
forma nos comunicamos. El cuerpo no dio
para aguantar más de las cuatro de la tarde y nos dormimos hasta las 4 de la
mañana del día siguiente Así empezó la aventura del otro lado del mundo.